A veces los objetos abandonados, amontonados de cualquier forma, tienen tal poder de evocación, que es difícil añadir nada más. Como en esta especie de bodegón del pasado donde está todo: unas trillas y una criba, una espuerta de vendimiar y una tinaja, sobre un fondo de cal de una pared escarbada. Su capacidad de representación de un mundo desaparecido, de ancestrales formas de vida es definitiva. La presencia de la modernidad la ponen unas cajas de cartón, lo que parece una parte de un remolque, las barillas de una máquina de "echar líquidos" a las viñas y sacos de abono. Un pequeño saco azul, bien atado, seguramente contiene también un caro producto químico de las viñas. Cien años de cambios socioeconómicos contenidos en esta instantánea de cualquier huerto de El Toboso. Esos objetos arrinconados se resisten a desaparecer y permanecen por inercia, como esos viejos recuerdos de la infancia. Hasta que tristemente, se decide "hacer limpieza", y acaban perdiéndose tantas cosas. Los anticuarios están siempre al acecho. Y así va desapareciendo el patrimonio de nuestro entorno.
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