El toboseño Bautista Muñoz y el rey Fernando VII

En El Semanario Pintoresco Español de 1848 (17, 129) en un artículo de J. Jiménez-Serrano titulado "Un paseo a la patria de Don Quijote" aparecen dos anécdotas muy curiosas referidas al toboseño Bautista Muñoz y al rey Fernando VII. La primera nos cuenta  el encuentro de Bautista Muñoz –suponemos que en 1814 cuando regresó el rey Fernando VII, llamado El Deseado”, después de la Guerra de la Independencia, suprimió la Constitución de Cádiz y comenzó a reinar como monarca absoluto- con el rey Fernando VII en la Venta próxima al pueblo –hoy conocida como Venta de Don Quijote-. Transcribo literalmente: “Asímismo es célebre esa venta por haber descansado y hecho parada en ella el rey Fernando VII, al cual se presentó Bautista Muñoz, de aquella villa, labrador, de carácter sencillo, cortado al palo de la misma madera que Sancho Panza y de tan hercúleas fuerzas, que al penetrar en la estancia donde se encontraba el rey Fernando, se arrojó en sus brazos y de tal manera estrechó al monarca entre los suyos, que hubo de decirle éste: ¡Déjame ya hombre, que me estrujas! Déjame y dime que es lo que quieres. –Señor –contestó Bautista- “quiero que V. M. me dé un tambor, para los realistas (Histórico)".
Esta  anécdota hace referencia a que cuando regresó el rey a España en 1814 fue recibido con júbilo por el pueblo, que pareció aceptar gustoso que su rey acabase con la reforma constitucional y los nuevos derechos conseguidos y reinstaurase el rigor absolutista del Antiguo Régimen. Bautista Muñoz le pide al rey un tambor para encabezar los desfiles de los realistas en honor al rey. Los liberales partidarios de la Constitución de Cádiz de 1812 serán detenidos.
El artículo continua con otra anécdota: "En otra ocasión que fue Bautista a ver al rey, con quien decía que tenía vara alta, le interceptó el paso el centinela que guardaba la escalera que conducía a las habitaciones de Fernando VII. Bautista, sin pararse en barras, dio tan fuerte empellón al centinela que éste fue rodando escaleras abajo, deshaciéndose aquél del mismo modo de cuantos le obstruían el paso, hasta que, un jefe, penetró en la estancia del rey y le contó lo que pasaba, a loa que contestó S. M: -Dejarle pasar: ese es Bautista, el de El Toboso. En castigo, mandó el rey a sus palaciegos que con mucho disimulo pusieran un papel en su espalda con un letrero que decía: Soy Bautista el de El Toboso. Madrid entero celebró este rasgo y cada persona que cruzaba al paso de Bautista, ya fuese caballero, señora, chispero o criada de servicio, detenía a nuestro buen hombre, y lo saludaban a cada paso. Y el infeliz Bautista se marchó de la corte diciendo a los de su pueblo: No sabía que tanta gente me conociera en Madrid”.
Esta segunda anécdota alude -suponemos que unos años después, con el rey ya intalado en el Palacio Real como monarca absoluto- tanto a la campechanía del rey como a su mítica doblez, hipocresía y crueldad, aunque en este caso, afortunadmente, no pasa de mofarse de un pobre labriego toboseño.
Podríamos concluir que en estas dos anecdotas se ejemplifica la candidez del pueblo español y la hipocresía de su rey, que acabó con sus derechos, burlándose de su buena fe. Fernando VII ha pasado a la historia por ser un rey despiadado y cruel que no dudó en perseguir a los liberales que habían redactado la primera constitución española y que esperaron ingenuamente que el rey por el que habían luchado respetaría.

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